martes, 4 de febrero de 2014


Hoy haremos un breve relato  de las especias y como los marinos arriesgaron todo por perseguir el sueño del dorado o la isla de las especias.


Desde que los romanos, a través de sus viajes y campañas, empezaron a hallar gusto en los ingredientes estimulantes, calmantes o embriagadores de oriente, las tierras occidentales no saben ya prescindir de las especierías de las drogas índicas, tanto en la cocina como en la bodega. (bebidas) Hasta muy entrada la edad media la alimentación nórdica resulta demasiado sosa y aun las hortalizas más comunes como el maíz, las patatas (papa) y los tomates, tardarían mucho en llegar a Europa. El limón como acidulante y el azúcar para endulzar son todavía una vaguedad y los sabrosos tónicos como el café y el té no se han descubierto aun. Norma muy común en la edad media entre toda la gente incluyendo a príncipes y gente distinguida, la burda voracidad es el desquite de la monotonía sin espiritualidad de las comidas. Y de repente aparece el prodigio: un solo gramo de un condimento índico, un poco de pimienta, una flor seca de moscada, un pedacito mínimo de jengibre o de canela, mezclados en la mas grosera de las viandas, bastan para que, el paladar halagado, experimente un raro y grato estímulo. Entre el tono mayor y el menor de lo ácido y lo dulce, de lo cargado y de lo insulso, aparecen de pronto una serie de ricos tonos y semitonos: los sentidos del gusto todavía barbaros de la gente medieval nunca se satisfacen bastante con los estimulantes nuevos. Para ellos un plato no está en su punto si no lo cargan de pimienta, llegan incluso a echar jengibre a la cerveza y a reforzar el vino con especias molidas, al extremo de que cada sorbo quema la garganta como la pólvora. 
Pero el uso de las especias va más allá del uso en la cocina y bebidas, la vanidad femenina es también cada vez más exigente respecto a los aromáticos de Arabia y va del almizcle voluptuoso al ámbar sofocante y al dulce aceite de rosas. Los tejedores y tintoreros hacen elaborar para ellas las sedas chinas y los damascos de La India.
Más impresionante todavía es el caso de la iglesia católica, que impulsa el consumo de los productos orientales, pues de los millones de granos de incienso que usan los incensarios movidos por los celebrantes en los millares de iglesias, ni uno solo ha salido de tierra europea, cada uno de esos millones de granos de incienso llegaban por mar embarcados en tierras de Arabia. 
Precisamente por ser tan solicitada por la moda, la mercancía india sigue siendo cara, e incluso aumenta cada vez más de precio. La pimienta que hoy hallamos a libre disposición en cualquier mesa de onda y que se prodiga como si fuera arena, al principio del segundo milenio era contada en granos y casi tan apreciada al peso como la plata. Tan sólido se consideraba su valor, que eran varios los estados y ciudades que calculaban a base de pimienta, como si fuera un metal noble; a cambio de pimienta se adquirían haciendas, se pagaban dotes y se obtenía el derecho de ciudadanía, príncipes y ciudades cobraban tributo en pimienta y cuando en la Edad Media se quería ponderar la riqueza de un hombre, se le motejaba de saco de pimienta. El jengibre, la canela, la quina y el alcanfor se pesaba en balanzas de orfebre o de boticario, teniendo la precaución de cerrar puertas y ventanas para que una corriente de aire no aventara un dragma de polvo precioso.
Absurda podrá parecer hoy esta valorización pero justificada la vemos en cuanto consideramos las dificultades y el riesgo del transporte. Oriente y occidente estaban a una distancia imponderable, cuantas dificultades tienen que vencer los buques, las caravanas, los carros en sus trayectos. Que odisea han de afrontar cada grano, cada flor desde que se cosechan en el archipiélago hasta que, llegados a la última playa, descansan sobre el mostrador del tendero europeo. 
La mercancía antes de llegar a Europa va pasando de mano en mano desde que sale de las islas de las especierías, hacia Malaca, en las cercanías del actual Singapur, pasando por los desiertos de arabia o Egipto, cargando sobre el lomo de millares de camellos, sacos de canela, pimienta o nuez moscada (barcos de cuatro patas) que avanzaran lentamente a través del mar de arena. Durante meses las caravanas llevan la mercancía indica por Basora, Bagdadd, Damasco, Beirut, Trevisonda o al Cairo. Hasta llegar a la desembocadura del niño en Alejandría, donde le espera la flota de Venecia, pequeña república que se ha apropiado el monopolio del comercio oriental de las especias.
En la edad media el negocio de las especias era considerado el más lucrativo, pues en él se reúnia el más pequeño volumen y el margen más grande de beneficios. Un saco de especias para esta época valía mas que la vida de diez hombres y el precio de cualquier barco, por tal motivo los mercaderes seguían fletando barcos para efectuar recorrido en los mares aun no descubiertos o buscando nuevas rutas para romper el cerco que mantenían los portugueses sobre este comercio.

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